Posted by : MAKUTEROS enero 25, 2014




Aterrizamos en San José (Costa Rica) ligeros de equipaje, mi mochila se había extraviado en el vuelo. Después de 4 días me la enviaron al hostel totalmente destartalada. Al parecer había viajado por libre a Nueva York y quedó dando vueltas en una cinta del JFK. Causó una gran alarma terrorista, el año anterior había sido el atentado contra la Torres Gemelas, así que cualquier equipaje, sin dueño en EEUU, era susceptible de convertirse en una amenaza de primer grado. Cuando volvió a mis manos habían abierto hasta la pasta de dientes. Cuando empezamos el viaje de 6 meses con los niños, 10 años después, también nos perdieron una mochila en el primer vuelo, así que debe ser nuestro karma.








Nuestro primer destino en Costa Rica es una finca orgánica en Punta Mona, al sureste del país, frontera con Panamá. Una casa, 5 km selva adentro desde Manzanillo, que regenta un americano (Steven) casado con una costarricense (Maria Fernanda). Nos permite acampar pagando un bajo precio a cambio de colaborar en las labores de voluntariado de la granja. Básicamente nuestra labor consiste en recoger algas en la orilla de la playa para utilizarlas como abono en la finca. Carretilla arriba – carretilla abajo. Y regar las plantas del vivero.




Maria Fernanda tiene una hija, a sus 23 años, nos cuenta que ella nació en San José; que es católica, bautizada y comulgada pero que no se casó por la iglesia porque la gente ya se casa pensando en divorciarse. Mantiene contacto con su primer marido por su hija. Todas las mañanas, mientras se ducha, se orina en los pies porque es la mejor protección natural que tienes para no contraer hongos en la playa. Nos recomienda hacerlo también. Seguimos su sabio consejo.

Steven lleva muchos años en Costa Rica. Parco en palabras nos cuenta que su proyecto futuro es conseguir que otras personas compartan su visión naturista y se instalen en la finca para crear algo así como una comunidad autosostenible (un visionario sin duda). Está construyendo un centro de ecovoluntario. Se financia con grupos de estudiantes que trae de EEUU, unos 1.000 al año. Es vegetariano. Pura vida hermano.



A los tres días de acampar allí descubrimos que alguien nos ha robado comida de la entrada de la tienda. Un mapache, listo como el hambre, ha abierto con sumo cuidado el embutido y se ha hecho un emparedado con nuestro pan de molde. Decidimos guardar todo dentro de la tienda. Dos días más tarde son las hormigas las que devoran nuestros víveres. Descubrimos que en la selva hay insectos tan pequeños que los agujeros de la mosquitera les parecen galerías. Decidimos utilizar de ahí en adelante la nevera de la finca, que cierran con candado por las noches, ya que los mapaches también saben abrirla.

Recogiendo algas conocemos a Patrick, un americano rubio, de ojos azules, que también colabora como voluntario en Punta Mona. Al día siguiente tenemos previsto ir a llamar por teléfono al pueblo, a Manzanillo, que se encuentra a unas 4 horas de caminata (5 kilómetros andando por la selva). Patrick también quiere ir para hacer unas compras, iremos los tres juntos. Al día siguiente emprendemos la caminata prontito, seguimos el sendero zigzageante, arriba, abajo y cumplimos nuestros objetivos en el pueblo. La familia sabe que seguimos vivos y coleando. Aprovechamos para comprar unas galletas y emprendemos el retorno a eso de las 2 del mediodía.


Llevamos media hora de regreso, decidimos parar a descansar y darle unas caladas a un "cigarrillo de la risa" que un lugareño le ha regalado a Patrick. Empieza la risa tonta. Antonio dice que hay que seguir camino y que no nos demoremos más. Patrick y yo le instamos a que se relaje, disfrute y que no se estrese con los tiempos. “Siempre con sus timings este chico de ciudad”. Después de media hora de compartir batallitas viajeras con Patrick, sentados en las inmensas raíces de un árbol de 20 metros, reanudamos la marcha. Inmortalizamos el momento.

Una hora más tarde empieza a oscurecer. Descubrimos que en la espesura de la selva anochece mucho antes que en el pueblo. En cuestión de 15 minutos nos somos capaces de distinguir el sendero. Cada minuto que pasa nos ponemos más nerviosos, corremos desorientados intentando ver por donde sigue el camino. “¡Aquí, no por allá, por este lado, por el otro! ¿Cómo puede estar oscureciendo tan rápido?”, no se ve casi nada y la idea de quedarnos totalmente a oscuras allí, en medio de la jungla, rodeados de animales y ruidos de uhuh ahah uhh rarrrrgh no nos seduce lo más mínimo. Antonio tiene la genial idea de seguir el sonido del mar y acercarnos a la playa. La olas se oyen lejos pero es la mejor idea. Jungla a través nos lanzamos a correr hacia ese lado. 15 minutos después y con las piernas magulladas llegamos a la playa. Es increíble, aquí todavía hay bastante sol y ¡es de día! La finca orgánica tiene salida al mar así que seguimos caminando por la playa con la esperanza de llegar por este camino alternativo. Nos cruzamos con unas iguanas que parecen emparentadas con los cocodrilos, ¡vaya dientes!. Nos ignoran y siguen tomando el sol. Unas rocas con acantilado incluido truncan nuestros sueños. No podemos seguir. Volver a la negrura de la selva no es una opción. Está claro que vamos a tener que pasar la noche allí. Decidimos recoger toda la madera que podamos y agazaparnos lo más lejos posible de la orilla en vistas de que la marea está subiendo. Sólo provistos de una botella de agua y un paquete de galletas pasamos la noche allí, juntos como una piña, pelados de frío. La hoguera dura pocas horas y nadie se atreve a meterse en la jungla, a ciegas, a buscar más combustible. Las pulguitas de playa empiezan a devorar nuestras extremidades. Fue una noche larrgaaa larrrgaaaa. 



A las 5 de la mañana, con los primeros rayos de sol, emprendemos la marcha. 30 minutos más tarde llegamos a la granja. Están super preocupados y han mandado una “expedición” en nuestra búsqueda. Podemos decir que se lió parda pero ahí estábamos los tres, sanos y salvos, llenos de picotazos y con una historia que recordar el resto de nuestras vidas.



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  1. Me ha encantado el relato ! Estuve en Costa Rica hace unos años, sin niño...y tuvimos algunas aventuras como la vuestra...bueno no tanto, pero puedo imaginar cómo acabasteis trás picaduras varias. Creo que Costa Rica es un país maravilloso para conocer en familia y disfrutar de la naturaleza. Pura vida !!
    Besos
    Nuria
    www.granadafamily.com

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    1. ¡Muchas gracias x comentar Nuria! a nosotros también nos encantó Costa Rica, además de la selva nos impresionaron los volcanes y la amabilidad de la gente. Seguro que en algún momento volveremos con los niños. Pura Vida ;)

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